Me despierto, todo en calma. Mi cuerpo se escurre un poco el sopor agridulce que lo moja. La música está apagada, el ruido no esta pero aun unas gotas de lluvia moribundas se mezclan con las hojas verdes de los árboles cercanos. Las sábanas están limpias y son suaves, acarician la somnolencia de mi piel. Miro por la ventana. El paisaje es incierto: urbano pero apartado, salvaje pero en calma, natural. Se podría decir que está llegando el atardecer. El aire tiene un matiz entre dorado, gris y blanco. Al lado mío, en la cama, no hay nadie. Ella se fue, no está. Luego recuerdo que ni siquiera pasamos la noche juntos. Unos pañuelos mojados y unos pequeños charcos en la almohada me recuerdan que la noche anterior llore. Hay algo de desorden, recuerdo que la noche anterior rompí cosas, golpee paredes, mordí almohadones. Las gotas que fallecen afuera pertenecieron anoche a una densa lluvia, anoche estalló una tormenta muy fuerte. Lo recuerdo. Lo recuerdo y el bichito de la angustia que yace dormido parte en mi corazón parte en mi espina dorsal se retuerce en sueños, mueve con violencia su lecho. una gota cae de mi ojo. Me duele.
¡¡¡LA PUTA MADRE!!!
(otra vez no)
(por favor)
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de esos escasos momentos de felicidad